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Susana Díaz, la iluminada

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Que Susana Díaz era la enviada de una suprema deidad se supo enseguida. Lo confirma su mensaje cristalino irrumpiendo con fuerza, revelando conocer –de primera mano, según se desprende de su firmeza y seguridad– lo que necesita Andalucía y los andaluces (no me digan que no lo han oído nunca), como también sabe lo que necesita España, sobre todo cuando hacía un guiño a sus aspiraciones contenidas, a sus deseos ocultos traducidos en una puesta en escena dilatada a la imagen de una película de suspense que esconde el final, aunque  la película, la suya, era de serie B y tan pronto como se exhibieron los primeros fotogramas se conocía ya el final.

Díaz encarna la iluminación de los chamanes, el discurso procedente de los atriles ante un auditorio que solo tiene una voz, de los secuestradores de voluntades particulares en beneficio del pueblo, de la representación cedida en favor de la ciencia infusa. No importa si, después, dejan a su paso miseria y devastación, pero…esa es otra historia: sus actos tenían como principio y bandera salvar a la patria de sus enemigos para liberarla de las mentes obtusas y trastornadas que no entendieron su grandeza.

El discurso político no adolece de proclamas y cantos de sirena, de palabras gastadas, de promesas y aspiraciones que mueren en el mismo acto de su pronunciamiento; y en eso, Díaz se mueve como pez en el agua.

Ahora, Susana Díaz está consternada porque le ha dicho a Pedro Sánchez que no debe someterla a elegir entre sus dos lealtades: Andalucía y su partido.

¡Chúpate esa, Pedro!, te lo ha puesto muy difícil, si la contradices te posicionarás en contra de todos los andaluces. No es un mensaje de corto vuelo: cuida de no traspasar su feudo pese a que te repateen las meninges.


Antonio Pérez Gallego
NIF: 05355866V
Madrid

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