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Las reinas magas de Madrid

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Las declaraciones de una concejala del Ayuntamiento de Madrid al afirmar que habría una reina maga en la Cabalgata - para después salir al paso aclarando que se refería a una mujer vestida de rey mago -, ha motivado que los defensores de las sempiternas tradiciones engrasasen sus plumas y, alardeando de una imaginería sin par, bautizasen la ocurrencia como “las reyas magas”, agitando así la España de charanga y pandereta y encendiendo un fuego fatuo entre las voluntades de los rancios defensores de la moral y las buenas costumbres. Un paisanaje siempre dispuesto a vociferar cuando se toca la fibra de sus más arraigados ritos y que han temido por la reacción de los pequeños cuando, de la mano de sus papás, acaso podrían ver alterado su mundo de ilusión y ensueño al descubrir alguna prominencia no viril bajo las vestiduras de sus queridos reyes.

 Y a mí se me ocurre que, con la misma prioridad, deberían verificarse los genitales de los camellos, no vaya a ser que la usurpación de los festejos por la Alcaldía pudiese significar que ninguno de los asuntos que se negocian se resuelvan “como Dios manda”. No sabemos de lo que son capaces estos detractores y éticamente corruptos que copan El Consistorio,  y de lo que en un subidón podrían maquinar; por poner un ejemplo, y como ya hicieran sus antepasados: comenzar nuevamente  a quemar las  iglesias. Sabe Dios lo que podrían fraguar si no se pone freno a unas ocurrencias que siempre buscan soliviantar a las personas pacíficas o, lo que viene a ser lo mismo, a las que cuando infringen las normas - tengan estas su origen en la costumbre o en las leyes - lo hacen con la discreción y el buen gusto del que son portadores (sabida es  la buena vecindad de Rodrigo Rato en el Barrio Salamanca)

Imagino a los descendientes de una burguesía, aún presente, soltando lastre cuando se habla de cuatro siglos de Inquisición o justificando tres guerras carlistas por motivos de género en la sucesión monárquica, o buscando en la Edad Media la paz interior y el recogimiento ante este mundo de lascivia y banalidad; pero que no se conmueven con el sufrimiento de un animal porque, según manifiestan, se cría a cuerpo de rey hasta ser sacrificado entre vítores de fiesta: la tradición lo soporta todo y, si ello es necesario, eleva a la categoría de arte cualquier acto de goce y disfrute.

Recuerdo, también en estos días navideños, la lógica indignación de una señora ante la mayúscula y habitual exposición festiva de unos grandes y sobradamente conocidos  almacenes recreando el Nacimiento de Jesucristo, al exclamar entre la multitud:
-      -    ¡Se han olvidado de La Virgen en el Belén!, ¿es que ya no hay vírgenes?
Lo que un joven cercano no tardó en replicar:
-      -    Dígamelo Vd. a mí, señora, que llevo años buscando y no encuentro a ninguna.

¡Dios nos pille confesaos!
¿Será el próximo damnificado el Ratón Pérez para mutarse en ratona?

Antonio Pérez Gallego
Madrid

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